lunes, 6 de septiembre de 2010

Los Frutos del Engaño




No habitará dentro de mi casa el que hace fraude; el que habla mentiras no se afirmará delante de mis ojos.
Salmo 101.7


Más de una vez he escuchado hablar de Ananías y Safira, y con una risa nerviosa decir: «Me alegro de que Dios ya no mata a los mentirosos». No estoy tan seguro de que no lo hace. Me parece que los frutos del engaño siguen siendo la muerte. No la muerte del cuerpo, quizás, pero la muerte de:
Un matrimonio. Las mentiras son las termes que carcomen el tronco del árbol familiar.
Una conciencia. La tragedia de la segunda mentira es que siempre es más fácil de decir que la primera.
Una carrera. Anda, pregúntale al estudiante que expulsaron por engañar o al empleado que dejaron cesante por desfalco si la mentira no es fatal.
Podríamos también añadir la muerte de la intimidad, de la confianza, de la paz, de la credibilidad y del respeto propio. Pero quizás la muerte más trágica que ocurre por engaño sea nuestro testimonio cristiano. Los tribunales no escuchan el testimonio de un testigo perjuro. Tampoco lo hará el mundo.

Lucado, M., & Gibbs, T. A. (2000). Gracia para todo momento (275). Nashville: Caribe-Betania Editores.

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