jueves, 13 de mayo de 2010

Cuando las personas fallan



Leer | 2 Timoteo 4.9-18

Como preso en una cárcel romana, Pablo sintió la decepción de haber sido abandonado en su hora de mayor necesidad. El apóstol se estaba defendiendo solo ante un tribunal, y sería condenado a muerte si el tribunal decidía en su contra. Ninguna de las muchas personas cuyas vidas él había tocado, estuvo presente para apoyarlo.

Hay muchas razones lógicas para explicar la ausencia de los amigos de Pablo y de los conversos que había ganado para el Señor. Por ejemplo, los testigos en un tribunal romano a menudo eran considerados aliados de los acusados y compartían la suerte de ellos. Nadie deseaba la sentencia de muerte que podría resultar por salir en defensa de Pablo.

Pero creo que había también una razón más sutil, que muchos creyentes de hoy pueden entender. Cuando los seres queridos de Pablo lo miraban, veían a un gigante espiritual cuya fe podría soportar cualquier reto. Es posible que muchos pensaran: "Él no necesita mi ayuda ni mi apoyo". ¿No es lo mismo que pensamos de nuestros pastores, maestros de la Biblia u otros líderes de la iglesia? Juzgamos la profundidad de la fe de otra persona, y damos por sentado que un cristiano maduro puede afrontar lo que se le presente. Sin embargo, toda persona tiene debilidades humanas y momentos en los que su fe se tambalea.

Pablo sabía que Dios cuidaría de él, pero aun así deseaba y necesitaba:

a. El toque de un amigo,
b. Palabras de aliento,
c. Y la presencia física de sus seres queridos.


No se engañe pensando que las otras personas no necesitan su ayuda para salir adelante. Los creyentes están llamados a ayudarse unos a otros (1 Ts 5.11).

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