miércoles, 28 de julio de 2010

Esperar no es agradable.




La mayoría de nosotros sentimos aversión a cualquier cosa que nos cause demoras: no nos gustan las salas de espera, nos molesta esperar nuestro turno en una “cola” pues queremos obtener lo que deseamos en ese mismo instante.
Esto se debe a que casi siempre estamos muy ocupados y vivimos con mucha prisa.
No obstante, si hemos de crecer como creyentes, una de las lecciones más valiosas de
la vida cristiana es aprender a esperar en Dios. Cuando nos sometemos a los planes que Él ha elegido, nos sorprendemos al ver las cosas maravillosas que hace pues vemos que actúa a favor de quienes esperan en Él, como declara Isaías 64.4. Es decir, es el Dios omnipotente que demuestra su preocupación por los suyos en el momento más oportuno para mostrar su disposición a su favor y sorprender así a sus enemigos (Is 64.2).

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