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miércoles, 24 de febrero de 2010
Cuando las puertas se cierran
Leer | Hechos 16.5-10
Enfrentarse a una "puerta cerrada" puede ser muy frustrante. El apóstol Pablo sabía exactamente lo que era eso. En su segundo viaje misionero para compartir el evangelio en Asia, encontró, más de una vez, el camino bloqueado por el Espíritu Santo. Al final, el apóstol quedó inmovilizado en Troas con el mar delante de él, y con las puertas cerradas.
¡Qué extraño debió de haberle parecido a Pablo que Dios le impidiera compartir el evangelio! Pero él conocía esta sabia enseñanza de Proverbios: Que el Señor hará una senda derecha para todo el que decida confiar en Él, en vez de sí mismo (vv. 3.5, 6). En vez de enojarse o tratar de introducirse en un nuevo territorio, Pablo dobló sus rodillas.
La Biblia no dice cuánto tiempo permanecieron él y Timoteo en Troas, pero podemos estar seguros de que el apóstol no se movió hasta que el Señor le reveló la entrada a un nuevo campo de misión. Los cristianos que están en un tiempo de espera vigilante deben ver la situación como una oportunidad de buscar no sólo el propósito de Dios, sino también su guía. Este es el momento para preguntarle al Señor por qué les ha impedido avanzar; quizás el momento no era bueno, o porque tenemos que tratar con el pecado no confesado. Cualquiera que sea la razón, debemos ser sensibles a la dirección del Espíritu. Necesitamos estar preparados para la puerta que se abrirá.
Cuando a usted se le cierra una oportunidad, Dios tiene una razón. Él le está dando su amor y protección, aun en su frustración. También está cumpliendo su promesa de hacer que todo sea para el bien de usted (Ro 8.28). Si una puerta se ha cerrado, otra más grande se abrirá.
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