domingo, 29 de agosto de 2010

Transformados a su Imagen




El cual transformará el cuerpo de la humillación nuestra, para que sea semejante al cuerpo de la gloria suya, por el poder con el cual puede también sujetar a sí mismo todas las cosas.
Filipenses 3.21

¿Qué sabemos sobre nuestros cuerpos resucitados? Serán diferentes a cualquiera que hayamos imaginado.
¿Luciremos tan diferentes que no nos reconoceremos de inmediato? Quizás. (Puede que necesitemos etiquetas con nombres.) ¿Atravesaremos paredes? Es posible que hagamos mucho más.
¿Llevaremos aún las cicatrices del dolor de la vida? Las marcas de la guerra. Las desfiguraciones de la enfermedad. Las heridas de violencias. ¿Permanecerán estas en nuestros cuerpos? Esa es una pregunta muy buena. Jesús , conservó las suyas, por cuarenta días, por lo menos. ¿Mantendremos las nuestras? Sobre este tema solamente podemos opinar, y mi opinión es que no las tendremos. Pedro nos dice que «por sus heridas habéis sido sanados» (1 Pedro 2.24). En la contabilidad celestial, solamente una herida es digna de ser recordada. Y esta es la herida de Jesús. Las nuestras desaparecerán.

Lucado, M., & Gibbs, T. A. (2000). Gracia para todo momento (266). Nashville: Caribe-Betania Editores.

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